Mi nombre es Daniela y tengo 19 años. Mi vida siempre ha sido muy compleja desde antes de migrar. A los 15 años, mi padre falleció y, desde entonces, decidí buscar cualquier lugar para vivir, ya fuera con mi abuela, mi suegra (ya que desde ese entonces empecé a salir con mi pareja) o donde fuera posible. La situación siempre ha sido muy difícil, pues a veces no había qué comer, incluso, yo tenía que rebuscarme para dar de comer a mis hermanos, pues mi mamá no conseguía trabajo.
El día a día era muy duro en Venezuela. Pasé dos años sin tener un hogar fijo, hasta que, a los 17, decidí venir a Colombia. Para llegar aquí, mi novio y yo emprendimos un viaje de tres días haciendo autostop, subiéndonos al carro de quien quisiera llevarnos. En ocasiones, compartíamos el viaje con otras personas migrantes, dormíamos en las aceras hasta que finalmente llegamos a nuestro destino.
Nuestro objetivo era llegar a Ocaña o a Medellín, pero aquí en Ocaña mi novio tenía un amigo que nos podía ayudar por unos días. Así que, una vez llegados a esta ciudad, conseguí trabajo, a pesar de ser menor de edad y, empezamos a pagar una pieza para dormir. En mi tierra natal dejé una parte de mi corazón, pues allá están mis hermanos y mi mamá. También extraño la gastronomía y la calidez de la gente, pues una está acostumbrada a su país y mi familia era bastante unida, lo que hace que aquí me sienta muy sola.
En Caracas, disfrutaba mucho de los carnavales y de la Navidad, especialmente diciembre era muy bonito, porque nos reuníamos toda la familia y cocinábamos para todas las personas.
Fue en esas reuniones familiares, desde el compartir saberes y experiencias, que desarrollé mi pasión por los cuidados estéticos, como arreglar uñas, depilar cejas, convirtiéndose en mi fuente de trabajo en la actualidad. Mi mamá hacía este tipo de labores en su entorno más cercano para vecinas, vecinos y familiares, quienes le pagaban por el servicio prestado, en ese sentido, ella me transmitió los saberes de este oficio. Si bien yo pude acabar el colegio a los 16 años y siempre quise estudiar Ciencias Forenses, aún era menor de edad y no tenía dinero para realizar los cursos de formación.
Además, en mi casa faltaba dinero, mi mamá no tenía cómo mantenernos y, tras la muerte de mi papá, uno de mis hermanos se empezó a portar mal y, el otro, estaba muy triste, por lo que decidí independizarme para sobrevivir y me vine para acá [Colombia] con el ánimo de ayudar a mi familia.
Para sobrevivir en Colombia he realizado todo tipo de labores, como trabajar en un almacén de ropa, atender en un restaurante de pollo frito, limpiar casas, cuidar niñas y niños, donde me llaman, yo voy a trabajar. Si bien ahora mismo no tengo trabajo, migrar me ha servido para poder ganar dinero, plantearme metas, en fin, madurar como persona. Antes solo me preocupaba por estar de fiesta, pues tenía quién me ayudará, en cambio, aquí debo valerme por mí misma, eso me hizo sentar cabeza y centrarme en la vida.
En Colombia mi grupo de apoyo es principalmente mi pareja y, a veces, también el amigo de mi novio y su esposa. Entre el grupo cocinamos, ponemos para la comida cuando alguien no tiene y nos prestamos dinero también. Mi sueño al migrar era ser autosuficiente, tener trabajo para vivir, ayudar a mi familia y tener mi propio espacio, sin necesidad de tener que ir constantemente de un lugar a otro para poder dormir bajo un techo.
Durante mi proceso de migración, me ha tocado gestionar y lidiar con comportamientos y comentarios xenófobos en los espacios laborales. Muchas veces he sido la única extranjera, entonces para explicarme o decirme cómo se llaman ciertas cosas aquí, lo hacen despectivamente, sin comprender que las denominaciones cambian de país a país.
También, una jefa me despidió de un trabajo, porque no podía laborar por regularizar mi situación migratoria en Colombia. Este hecho me implicó grandes dificultades, puesto que hubo una caída de ingresos importante en la casa, mi esposo estaba apenas empezando a trabajar como barbero y no tenía muchos clientes aún. Para vencer la xenofobia, la única alternativa es darnos cuenta de que somos hermanas y hermanos, así como hay personas de Venezuela aquí, también hay colombianas y colombianos en Venezuela.
No por ser de diferentes culturas somos personas malas. Sé que hay personas que han venido a hacer daño, pero no somos todas, entonces no por lo que hicieron algunas personas debemos pagar las demás. El proyecto ELLA se presentó en mi vida en un momento donde yo no tenía trabajo y estaba pasando por varios problemas con mi pareja, ya que al no tener ingresos la carga económica se desnivelaba y eso repercutía en nuestra relación.
Entrar en el proyecto ELLA me ayudó a compartir mi vida y mis problemas con más gente, pues me daba mucha vergüenza hablar sobre mis cosas; también me hizo madurar en las relaciones interpersonales que yo sostenía con las demás personas, allí me explicaron cómo era la xenofobia, el maltrato hacia las mujeres, me enseñaron a identificar esas situaciones y a no normalizarlas, pues antes a mí me maltrataban y yo lo veía normal.
Incluso le sirvió a mi pareja, pues él llegó a asistir a algunos talleres y, a partir de allí, cambiamos dinámicas nocivas que existían en nuestra relación, porque antes peleábamos por todo, inclusive, nos pegábamos. Entonces, después de los talleres nos tratamos con más respeto, sin groserías, hablamos las cosas que nos crean conflictos, nos apoyamos sanamente. En los talleres, también nos acercamos las personas venezolanas y colombianas, lo que fue muy lindo, nos sentíamos en familia, nos conocimos, nos queríamos llevar bien, pese a tener opiniones distintas, pues nuestras historias de vida eran diferentes, pero pasamos por situaciones duras, lo que nos unió y nos puso en disposición de ayudarnos unas con otras.
El proyecto ELLA, me unió con más mujeres colombianas, porque antes me caían mal, les tenía más desconfianza, pues varias de ellas me habían maltratado. Ahora tengo buenas amigas locales, intercambiamos costumbres gastronómicas; por ejemplo, una muchacha de Ocaña que asiste al mismo taller me da comida que nunca antes había probado, como guayaba viche con sal y limón o chocolate con queso, mientras que yo le hago comer cosas de mi país que no son habituales en su ciudad, de este modo, interactuamos, también me ha abierto las puertas de su familia, pudiendo compartir con sus hijas, quienes me preguntan cómo es la vida en mi mundo [Venezuela].
En el futuro, me gustaría tener como emprendimiento un salón de belleza, tener mi propio espacio para compartir con mi pareja y formar una familia (hijas e hijos), volver a Venezuela a visitar a mis familiares y que ellas y ellos puedan venir a conocer Colombia, pues jamás han podido salir de Venezuela.
Son esas proyecciones, las que me hacen tener la esperanza viva, me dan la fuerza para superar las pruebas y dificultades que se aparecen en mi vida, porque, de lo contrario, ante la escasez una siempre prefiere ir a pasar hambre en su país, con su familia. Pero, es la expectativa de tener un mejor mañana lo que me hace persistir a pesar de las dificultades, me obliga a centrarme en mis objetivos.
Al igual que yo, muchas personas se la han guerreado durante su experiencia migrante, por eso, invito a las colombianas y los colombianos a no dejarse llevar por las primeras impresiones que le pueden generar quienes venimos de Venezuela, es bonito sentarse y conocer a la otra persona, pues muchas veces, el corazón es mucho más bonito de lo que puede verse en la fachada.